lunes, 22 de septiembre de 2008

Una cancioncita...

DNI-------- Panza

Si ser femenina es vestirse de rosa,
si ser femenina es sólo ser tu esposa.
Si ser femenina es cantar canciones bobas,
si ser femenina es estar siempre hermosa..
no lo soy. no, no lo soy...

Si ser masculino es proteger a la mujer,
si ser masculino es querer llorar y no poder.
Si ser masculino es ser estrella de rock!
si ser masculino es tener que demostrar poder..
no lo soy. no, no lo soy...

Si ser masculino es no entender a la mujer,
si ser femenina es aguantar y no comer.
Si ser masculino es alimentar a la mujer,
si lo femenino es un adorno para exponer, no lo soy..!

Si ser femenina es criticar a otra mujer,
si ser masculino es vigilarte y no ceder!
Si ser femenina es no gritar cuando cogés,
si lo masculino es un adorno para exponer,
no lo soy.. NO, no lo soy.. !

Lo que ves en mi
es lo que ves en vos..
Es la música mi amor,
no me importa quien sos!


(es una muy buena banda, de capital, se la recomiendo a quien quiera escucharla. paz)

Fallo histórico

POR PRIMERA VEZ EN EL PAIS, UN FALLO AUTORIZA A UN TRANSEXUAL A CAMBIAR SU DOCUMENTO SIN ADECUAR SU SEXO

Nació varón y llevará nombre de mujer en su DNI sin operarse


Tiene 25 años, es de Mar del Plata y desde los 15 años viste ropa de mujer. Desde entonces, se autobautizó Tania, nombre que ahora llevará en su documento. "Este fallo soluciona mi vida", dice, y sueña con estudiar Medicina.


Por primera vez en el país un fallo defiende la identidad de una transexual por encima de otra razón: un juez la autorizó a cambiar su nombre en los documentos sin exigirle una operación de cambio de sexo. Tania Luna nació varón pero siempre se sintió mujer. Tiene 25 años y ahora el nombre con el que se autobautizó a los 16 estará en su DNI. Y ella, dice, nacerá de nuevo.Hasta el momento la jurisprudencia argentina admitía dos cuestiones, explica Graciela Medina, camarista federal y autora de la Ley de Unión Civil porteña: "Que transexuales se realizaran cirugías para adecuar su sexo externo a su sexo real o que ya sometidos a intervenciones quirúrgicas realizadas en el exterior adecuaran sus documentos a su identidad real".
El fallo del juez marplatense Pedro Hooft sostiene que aún cuando alguien mantenga sus órganos sexuales masculinos puede tener documentos de mujer. "Supeditar la sentencia de reasignación sexual, sustitución de sus 'prenombres legales' por el nombre por el cual desde hace muchos años la solicitante se identifica (...), a la previa realización de una intervención quirúrgica, que queda ciertamente prevista pero en un tiempo futuro, implicaría una seria incongruencia: sería nuevamente quedarnos en una visión reduccionista que equipara el sexo como género con sólo una de sus exteriorizaciones, por caso la presencia de órganos genitales externos masculinos, en desmedro de la identidad personal...", dice. Hooft -un juez acusado por organismos de derechos humanos de colaborar con la dictadura- también autorizó la operación.
"La cirugía de 'reasignación sexual' -dice Tania- no define mi identidad de género y, por ahora, no estoy preparada para hacérmela". Y agrega: "Este fallo soluciona mi vida, pero no quiero que sea un hecho aislado sino sólo el primero". En eso está la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) que presentará en el Senado un proyecto de "Ley de Identidad de Género".Verónica Luna, hermana de Tania y abogada -ambas marplatenses y miembros de la CHA-, presentó un recurso de amparo en 2006 y el fallo de Hooft es de este año. Antes, dice Tania, "era una muerta civil". Qué es sino estar en Aeroparque y verse rodeada de policías porque el nombre y la foto de su DNI no coincide con su apariencia. Además, ¿dónde votar? ¿en la mesa de los hombres con su físico de mujer? ¿o en la de mujeres con un nombre de varón en el DNI? Cuando tuvo que internarse en el Hospital Interzonal no había lugar para ella: "Me taparon con un biombo e inventaron una habitación". ¿Y trabajar?: "Todo bien hasta que presentaba el documento y decían 'Cualquier cosa te llamamos'. Hoy trabajo con mi madre en su negocio de ropa".
"La ley de nombres sostiene que podés cambiarlo si hay una justa causa ¿no es la de Tania una causa justa?", dice Verónica.El encuentro es en la casa de Pedro Paradiso Sottile, del Area Jurídica de la CHA. "Si alguien entrara ahora diría que aquí hay tres mujeres (Tania, Verónica y esta cronista) y un hombre, estas identidades son las que queremos que reflejen los documentos", dice. Y agrega: "Lo que también logra este fallo es igualar a Tania con el resto de las mujeres. Por ejemplo, puede casarse por la Ley de Matrimonio Civil aunque no recurra a la operación de readecuación sexual".La batalla de los Luna siempre fue puertas afuera. La familia -padres, tres hermanas y un varón- la apoyó sin condiciones. "En la adolescencia fui adaptando mi interior a lo que siempre fui, una mujer. Las burlas que sufrí de chica desaparecieron. Tuve una excelente relación con mis compañeros. Creo que los chicos atacan a la persona que es diferente y que no se asume. Pero la escuela me discriminó: quedé libre por enfermedad y no tuve la chance del reintegro". Su primer cambio fue dejar la ropa neutra. A los 15 comenzó a aplicarse hormonas femeninas y a los 16 se "bautizó" Tania. "De mi nombre de nacimiento no hablo porque no me representa", dice. Cuando llegó a los 18 se aplicó siliconas en glúteos y caderas. Y a los 21, regalo de la familia, se hizo un implante de mamas. "Antes me avergonzaba de mi cuerpo como si llevara un disfraz, pero estos cambios me permiten estar a gusto".Tania ya inició el trámite de sus documentos. La partida de nacimiento tendrá una anotación al margen y el nuevo DNI mantendrá su número original. Con él cumplirá dos sueños: terminar la secundaria y seguir Medicina.

sábado, 23 de agosto de 2008

Parejas del mismo sexo con más derechos en Argentina


Anses reconoce la pensión por viudez y Diputados trata un proyecto que garantiza la cobertura de obras sociales


Después de años de negar el derecho a la pensión, la Anses anunció ayer el beneficio que regirá a partir de esta semana. Los viudos deberán demostrar que convivieron con su pareja.


Por Pedro Lipcovich
Dos medidas contra la discriminación a parejas gays se anuncian para esta semana: además de la resolución de la Anses, por la cual se reconocerá la pensión por viudez a parejas del mismo sexo, la Cámara de Diputados tratará un proyecto –avalado por los bloques mayoritarios– para que las obras sociales garanticen a las parejas del mismo sexo las mismas coberturas que otorgan a parejas heterosexuales. “Desde 2003 veníamos efectuando pedidos a la Anses y efectuando reuniones con funcionarios en procura de este resultado”, declaró a PáginaI12 Marcelo Sunheim, de la Comunidad Homosexual Argentina. “Estamos muy contentos, pero la solución de fondo sólo podrá venir de la mano de la aprobación de la ley de matrimonio”, sostuvo la titular de la Federación Argentina de Gays, Lesbianas, Bisexuales y Transexuales (FGLBT). Según los activistas gays, la falta de un marco legislativo general requiere la multiplicación indefinida de normativas (o, cuando no las hay, de recursos individuales) para resolver cuestiones que van desde la autorización para que personas encarceladas reciban visitas de sus parejas del mismo sexo, hasta el permiso para que una persona internada en terapia intensiva pueda ver el rostro y escuchar la voz de su pareja.


Ayer, Amado Boudou, director ejecutivo de la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses), anunció que el organismo “reconocerá el derecho a la pensión por viudez a las personas del mismo sexo, al igual que lo reconoce para los convivientes de distinto sexo, sin necesidad de recurrir a la Justicia”. La resolución, que entraría en vigencia mañana, requerirá demostrar la convivencia durante por lo menos cinco años –mediante facturas de servicios, manifestaciones de testigos, etcétera–, tal como ya sucede con las parejas convivientes heterosexuales.
Hace dos semanas, desde la Anses convocaron a los dirigentes de la CHA, Marcelo Suntheim y César Cigliutti, y a los abogados de esa organización, para solicitar asesoramiento legal necesario para dictar la nueva normativa. El apuro obedecía a que en el Ejecutivo detectaron que una de las demandas que se tramita en la Corte Suprema está en camino de tener sentencia favorable.
“Es un paso muy importante –comentó María Rachid, titular de la FGLBT–. Lo reclamábamos desde hacía mucho y, ya hacía un año, el Inadi había sostenido que la interpretación que hacía la Anses era discriminatoria”.


Ya habían llegado a la Corte Suprema de Justicia de la Nación cuatro reclamos de personas a quienes la Anses les negaba el derecho que ahora reconoce. En cada uno de estos casos, el Inadi emitió dictamen a favor del reclamo. Su titular, María José Lubertino, señaló que “caracterizamos esa restricción como inconstitucional y discriminatoria”.
Además, “esta semana la Cámara de Diputados tratará un proyecto de ley que garantiza, a nivel nacional, que las obras sociales cubran a parejas del mismo sexo en igualdad de condiciones con las de distinto sexo –anunció Rachid–. El texto unifica varios que habían sido presentados, tiene dictamen favorable en comisiones y es apoyado por las principales bancadas”.
De todos modos, “estos avances no hacen más que reconocer derechos puntuales, y el camino hacia la igualdad jurídica requiere la aprobación del derecho al matrimonio”, subrayó la titular de la FGLBT. Bruno Bimbi –activista de la Fglbt– comentó que “las medidas puntuales no modifican una discriminación básica que se expresa de muchas maneras: así, la mayoría de los hospitales sólo permiten, para pacientes en terapia intensiva, visitas de ‘familiares directos’, lo cual puede excluir a una pareja del mismo sexo”. Hace unos días, el Servicio Penitenciario de Santa Fe aceptó que se le permitiera a una reclusa ser visitada por su pareja lesbiana.


En la Cámara de Diputados de la Nación, el proyecto de ley que autoriza el matrimonio entre personas del mismo sexo ya reunió unas 40 firmas de la mayor parte de los bloques: el Partido Socialista aprobó una resolución orgánica que establece, como principio, apoyar una ley de este orden; la mayoría de los diputados de la Coalición Cívica también apoya el proyecto, aunque Elisa Carrió sugirió su posición en contrario; también lo apoyan los legisladores del SI, varios de UCR e independientes como Claudio Lozano. Vilma Ibarra, presidenta de la comisión que debe tratar el tema, se manifestó a favor. Pero, afirmó Bimbi, “nada de esto será suficiente si no hay una decisión política del Ejecutivo nacional, como la que tomó en España el presidente José Luis Rodríguez Zapatero”. Lubertino, por su parte, destacó que “el Inadi considera discriminatoria la falta de una ley que garantice el matrimonio entre personas del mismo sexo”.
Rachid también requirió “la sanción de la ley que garantice el respeto por la identidad de las personas trans, permitiéndoles modificar sus documentos de identidad. Y la derogación de los códigos contravencionales que contienen cláusulas discriminatorias: en nueve provincias hay cláusulas que explícitamente criminalizan la homosexualidad o el travestismo; en otras, la discriminación aparece encubierta bajo figuras que aluden a la ‘moral y las buenas costumbres’”.

viernes, 8 de agosto de 2008

Stonewall- Revista Baruyera

BARUYERA - CONSTRUYENDO DESDE LO ENDEBLE Y PARA LO EFÍMERO
(Porque nada nos liga ni nos sujeta)

El 28 de Junio recordamos la revuelta de Stonewall del año 1969, que ha pasado a nuestra historia como la fecha en que se inicia el moderno movimiento GLTTTBI y, más tarde, todas sus variaciones. Esa noche, un grupo de disidentxs sexuales reunidxs casualmente en un bar “de ambiente” en la ciudad de Nueva York, dijeron basta a la sistemática e implacable opresión que soportaban desde hacía tiempo por parte del terrorismo de Estado, disfrazado de policía al servicio de lo que el mismo estado define como orden, moral, y buenas costumbres.
Declarado Día del Orgullo por el mismísimo grupo que resistió la redada policial aquella noche –y los varios días de enfrentamiento que siguieron–, es una fecha particularmente adecuada para reivindicar nuestra libertad de disentir y denunciar, nuestras felicidades y nuestra Potencia (Tortillera) .
Junto con la alegría y el empoderamiento que nos resultan constitutivos de este “orgullo”, no olvidamos en ningún momento que el hecho de que Stonewall haya ocurrido, que haya sido posible como crimen y masacre, nos obliga a significar esta conmemoración en términos de denuncia a la cultura heteronormativa que oprime y reprime no sólo a quienes nos alejamos más o menos de sus mandatos, sino también a quienes los obedecen a rajatabla.
En los años de Stonewall, los homosexuales[ 1] eran maltratados y despreciados por la policía, que los trataban como criminales o ladrones no sólo en los Estados Unidos. También eran tratados como enfermos mentales por los médicos y psiquiatras de aquella época –situación que, de hecho, continúa en muchos casos, no obstante las ya antiguas disposiciones de las organizaciones internacionales que legitiman el saber/poder médico.
La cuestión es que esa noche varias personas (hombres, mujeres, trans y travestis), juntas, se dieron cuenta de que estaban hartos y hartas de la persecución estatal consentida por sus propios “vecinos”; se dieron cuenta que podían decir basta, y lo hicieron. Por eso el día del orgullo conmemora un acto político de resistencia y no una concesión del poder, como el 17 de mayo, erigido por los organismos internacionales en capciosa celebración de la lucha oficialista contra la homofobia (vana y pretenciosamente expresada en la decisión de quitar la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales).

¿Quiénxs eran, y quiénxs son, aquellxs personas tan socialmente vulnerables que pueden ser arrestadxs una y otra vez? Claramente, las que se encuentran en una situación civil de ilegalidad (p. ej: menor de edad, “vestido con las ropas del otro sexo”, “ofreciendo sexo en la vía pública”, “causando disturbios” que son reacciones hacia la violencia real y simbólica que se soporta continuamente) , o las que, aún teniendo un status civil legal no pueden hacer valer sus derechos.¿Por qué la policía hacía redadas reiteradamente allí? Por lo obvio: ¿quién se iba a quejar? La exclusión de las familias y los exilios hacen que muchxs no tengamos quién responda por nosotrxs; el ambiente de los bares y boliches, “la noche” –humo y alcohol, drogas, música berreta y sexo ocasional– hace que seamos siempre consideradxs pésimxs vecinxs de dudosa decencia, lo que nos hace, en buena medida, socialmente vulnerables.

La revuelta del 28 de junio del 69 fue una respuesta desde el hartazgo al Terrorismo de Estado -definido por la sistematicidad de sus fatídicos “haceres”- que en Stonewall, como en cientos de otros lugares de encuentro, ejecutó por enésima vez una intervención específica con objetivos específicos: eliminar y aterrorizar. Con una modalidad diferente, adaptada tal vez a “los tiempos que corren”, el Estado hoy y aquí nos oprime por omisión –mirando para otro lado, desoyendo los reclamos, trabando el debate, y apoyando solapadamente a las fuerzas sociales “privadas” o “particulares” como los “Vecinos de Palermo”, o padres y madres indignadxs frente a lxs docentxs disidentxs sexuales de sus hijxs, etc.
La cultura heteronormativa –el famoso patriarcado proxeneta– nos oprime y reprime no sólo cuando no nos permite casarnos civilmente, sino también cuando nos obliga a ser monogámicxs y convivientes; no sólo cuando no nos deja elegir nuestra identidad de género, sino también cuando nos dice qué órganos debe tener cada cuerpo, qué forma, qué medidas, y hasta qué color de piel, y ojos, cuántos pelos y dónde, cómo sentarse, caminar, moverse, y, por supuesto, cómo y qué sentir, desear, querer, disfrutar y/o aborrecer.
La hegemonía se construye y sostiene en la dialéctica consenso/coerció n develada por Foucault por la misma época que los sucesos de Stonewall. Todas las tecnologías vinculadas de un modo u otro a los aspectos materiales de la vida humana están puestas al servicio de producir cuerpos sexuados de dos tipos (por cierto, muy distintos). La hegemonía –sea ella lo que sea, monstruo, entelequia u otra cosa– legisla el deseo/amor/sexo legítimo, lo nombra “decencia”, “naturaleza”, “normalidad” y, para desanimar a quien tenga algún otro plan para sí mismx –y mucho más para aleccionar a su rebaño no descarriado– utiliza la excusa de la vigilancia de “la moral y las buenas costumbres” para eliminar a todx/s aquellx/s que no se conforme/n con dicho limitado espacio para expresar sus sentires y deseos, para disfrutar sus goces.

Con todo, finalmente unas cuantas cuestiones empiezan a resultar evidentes, innegables, ineludibles. Por ejemplo: que muchxs nos movemos en sentidos contradictorios y -por qué no- aleatorios dentro de los límites asignados, algunxs simplemente extendiendo las fronteras de las identidades un poco más allá de lo adecuado y otrxs subvirtiéndolas al costo de convertirse en sujetxs negadxs política, social y culturalmente. Y también: que las identidades no son tan estables y fijas como han pretendido ni, por lo tanto, resultan tan fácilmente manipulables.
Ante este panorama los poderes se vuelven difusos, se solapan, se escurren, confunden… y muestran sus fisuras tan anchas o estrechas como se quieran ver.

En esta época histórica en la que los sectores dominantes -poderes biocapitalistas con sedes en las grandes urbes desde donde crean y retransmiten por TV las potentes, avasallantes ficciones que sustentan el orden mundial y su íntimo tejido social- han logrado articular una aceptación del “otro”, de la “diversidad”, de las identidades fluidas, de las minorías, situándolas en una especie de limbo político -que a menudo llaman “post-político” - en el que las identidades colectivas parecen ceder en favor de una vida más libre, de consenso y diálogo, la hegemonía liberal sigue generando recursos de todo tipo para ampliar lo que ha llamado “igualdad” pero que, en nuestra opinión, no es más que otro fraude (un trompe l’oeil, podría decirse) no tanto para disciplinar a lxs prófugxs como para convencer, a quienes dudan, de la impractibilidad de escapar/se de las reglas vigentes.

Esta aceptación “oficialista” de una diversidad mansa resulta más retórica que práctica, pero de todos modos –o justamente por ello- sumamente efectiva para sus fines, que son eminentemente propagandísticos y gatopardescos. De este modo, las sexualidades no normativas se desarrollan como un desbocado rizoma que es imperativo reconocer y hacer inteligible, poder representar para controlar y dominar: lxs que hasta acá no existíamos para el Derecho ni para el mercado (ergo, ni existíamos para el Estado ni teníamos sustancia política alguna), poquito a poco hemos devenido sujetxs de políticas públicas, sujetxs de publicidades y servicios -como el asesoramiento legal, los tratamientos estéticos, y varios etcéteras-, de programas de entretenimientos, de ley de identidad de género, instituto anti-discriminació n y ley de matrimonio. Todas éstas, estrategias que se da la democracia para garantizar los derechos que, en realidad, todas las personas tienen por el sólo hecho denacer, pero que para el caso de quienes no se atienen literalmente a las normativas, hay que explicitar en un punto aparte. Estrategias que otorgan inteligibilidad y algo de protección real –y hasta de disfrute- a cambio de resituarnos en el juego liberal y, también, en el espacio literal de la legislación impresa.

¿Acaso una ley de identidad de género o de matrimonio, la unión civil en Capital Federal, o una educación (hetero)sexual -disfrazada de “prevención” y “salud responsable”- producida e irradiada desde el centro del poder terminará (o al menos será un gesto para terminar) con la homofobia y el heterosexismo compulsivo, su “padre” bio e ideológico? ¿La democracia heteropatriarcal, que es la que hasta hoy nos niega, nos hará devenir “personas”?
No. No hay posibilidad de libertad mientras no se cuestione el poder de la cultura heterosexual y machista. “La libertad o la posibilidad de actuación no son de índole abstracta y/o preceden a lo social, sino que siempre se establecen dentro de una matriz de poder” escribe Judith Buttler en algún lugar.
Mientras las reformulaciones para hacer medianamente vivibles algunas vidas más o menos abyectas sigan surgiendo de los centros de poder establecidos, no habrá cambio posible. No debe confundirnos que a menudo esos pseudo cambios promovidos desde los bunkers reales de poder y ejecutados por los Estados acólitos sean concretados por sujetos que portan paradójicamente las mismas credenciales de identificació n y discursos que, en forma, son similares a los que consideramos verdaderamente libertarios.
Las estrategias planteadas para volvernos “viables” dentro del estado de derecho jamás revisan la centralidad de la heterosexualidad como identidad dominante en torno a la cual se distribuyen, polarizados, los cuerpos sexuados; no cuestionan el carácter heterosexista de la cultura ni el privilegio de la heterosexualidad dentro de la construcción social ni la homofobia.
El heteropatriarcado ha convertido el estilo de vida de la familia tipo (nuclear, heterosexual, reproductiva, urbana, clase media) en parámetro absoluto[2]. En efecto para entrar en el juego de estar en el mundo ordinario, real y cotidiano de la “normalidad”, debemos demostrar que somos capaces de llevar adelante, y con un alto grado de éxito, una vida según la definición que asocia “trabajo y familia” a “adultez saludable”; o, al menos, que podemos mantener en delicado equilibrio y sin que se enreden, los muchos hilos de las marionetas que tenemos que inventar para sostener la farsa de tal adultez. Parece que, para ser sujetx de derecho (o mejor, para gozar de derechos sin estar sujetxs a ellos por las marañas del biopoder), hay que saber cómo acomodarse un poco al molde, ¡y estar decididx a hacerlo!… En este punto, no tenemos que olvidar que porque somos depositarixs de todas las interpelaciones del caso, quienes vivimos yejercemos la disidencia sexopolítica, somos quienes –posiblemente sin quererlo– tenemos en nuestro poder la llave para ingresar al mundo “real”, para marcar la divisoria de aguas entre su adentro y su afuera, o entre su frontera y su limbo.

Pensarnos políticamente en el mundo:Somos guerrilleras, revulsivas, insidiosas e incordiosas. Los movimientos orquestados desde los macropoderes disciplinadores nos causan náuseas. Y vomitamos.
No queremos unos largos protocolos de test ni certificados que acrediten nuestra presuntamente deseable “normalidad” para acceder a los derechos de un mundo que ya está totalmente armado… y repartido…
Por eso hoy –como todos los días– decimos que no estamos de acuerdo ni apoyamos una ley de identidad de género que quiera estandarizarnos o devolvernos al binomio hombre/ mujer, hetero / homo, femenino/ masculino. Tampoco queremos que un comité de expertxs defina cuán asentadxs sobre un género u otro estamos. Ninguna mujer u hombre que pertenezca a la matriz hetero debe en ninguna instancia de su vida ratificar su grado de feminidad o masculinidad.

No queremos programas para gays y lesbianas que nos patologicen como depositarixs de una extraña afección que necesita tratamiento especial. Porque de esta manera no sólo se monta un negocio sobre las identidades transgresoras sino que además se elude la marca indeleble de la homofobia y el heterosexismo en la sociedad. Ningún heterosexual acude a un centro a pedir ayuda por la homofobia que lo aqueja.
No estamos de acuerdo con los discursos de la tolerancia y la aceptación. No se puede “aceptar” la diversidad, como dicen algunas personas, asqueadas pero resignadas a convivir en un espacio que no es sexualmente puro. La diversidad “es” y su existencia no depende de nuestra voluntad de aceptarla o no.
En cambio, sí depende de cada persona involucrada de algún modo, el problematizar las “diferencias” que construyen unos sujetos que “aceptan” y otrxs que debemos ser “aceptadxs”. No queremos ser más objeto de investigación de la ciencia heterosexual que legitima sus propias y convenientes (para sí) “causas”, “características” y “categorías”. Tenemos voz propia y sabemos cómo construir y legitimar los saberes que nos sean útiles, necesarios. La heterosexualidad cotidiana –que es compulsiva tal vez sin tener conciencia de ello– debería investigarse a sí misma, preguntarse cuáles son los vericuetos que la han convertido en la máquina de opresión mejor diseñada de la historia, cuál es su papel en la construcción, sostenimiento y reproducción de las opresiones pasadas y actuales a las que muchas veces, paradójicamente combate.
No queremos una Educación Sexual anclada en el Uno heterosexual como centro de todas las cosas y que desde allí se desplace por lo múltiple. Como quien pasea por un supermercado de “variedades”.
No queremos una ley de matrimonio. No deseamos entrar en el mercado de las personas “casables”, “solteronas”, “cónyuges”. No queremos que el estado legisle y designe a quién/es podemos amar, con quién/es podemos compartir la vida, de quién/es podemos hacernos cargo.

Si ese es el precio, preferimos seguir siendo lo no representable

Resumen reunión 21/07/08

Reunión 21/07/08

Eran casi las ocho y yo estaba terminando de cambiarme para salir hacia Humanidades. “Se me hace tarde”- pensé mirando las finas gotas de lluvia que cortaban el vidrio. Apuré el paso y respondí al mensaje de Lucas con un “estoy llegando”. Nos encontramos en la puerta y nos fundimos en un abrazo que aplacaba mi agite y así, subimos las férreas escaleras. Penumbra y vacío. La soledad húmeda y fría, rondaba truculenta los pasillos de la facultad. Un piso, dos… tres pisos. Con Lucas llegamos a la entrañable 305. Silencio, vacío. El aire estático nos envolvía en un gris de ensueño. Silencio. Se abrió la puerta… Romina.

Con un signo de interrogación en el ceño, Lucas repetía una y otra vez “¿Cómo sería una sociedad No-heteronormativa?”- Parecía no entender. Barb tampoco. Romina desorientada, no encontraba las palabras para explicar su punto de vista sobre la reciente y controversial lectura de las Baruyeras -“No existe, no puede ser No-heteronormativa porque así está articulada la sociedad desde el Estado”- finalizó. ‘Estado”, esa palabra seguía apareciendo en nuestros azuzados debates de género. Seguía cobrando más y mayor importancia en tanto y tanta posición política. Lucas, Barb y Romina se gritaban buscando comprenderse. Abstraído un tanto, y compenetrado otro poco en lo posible, traté de aunar la postura ideológico-utópica de Romina, con los ejercicios teóricos de Barb, y la perpleja ansia de movilizar ideas (y entender) de Lucas. Llegué a una conclusión, y es que la realidad es más compleja de lo que podemos abarcar. Si quisiéramos cambiar el mundo no bastaría con reconocimiento de derechos, no bastaría con derrocar la homo-lesbo-trans fobia, y ni siquiera derrocando lo que hoy conocemos como Estado. Mi conclusión era que no hay solución alguna a los problemas que se nos plantean. Joder ¿Para qué luchamos?

Llegué al departamento, golpeé la puerta de Augusto y le pregunté si ya había cenado. Me dijo que sí y me fui a la cocina a divagar entre personajes ficticios que rondaban en mi cabeza discutiendo de género, de Marx, de Freud, de ideologías, posturas y utopías. Augusto se sumó a mi conferencia y discutimos de manera ardua sobre posición, sobre postura, sobre respeto, censura e ideología. De repente todo eso que me había volado la cabeza en la inasistida reunión, se plasmaba en la realidad concreta de mi departamento. “No podés defender a Eminem”- dije indignadísimo. “Alguien que dice ‘los putos me dan asco’ no se merece respeto, genera odio, violencia, interrumpe la interacción social; no es libertad de expresión, porque su libertad violenta la mía si habla desde el prejuicio y no justifica semejante declaración, yo no lo voy a censurar pero sí me voy a levantar contra ello, voy a tomar una postura”. Claro, costó, pero llegamos a un endeble consenso dada la debilidad discursiva genérica de Augusto. Las Baruyeras planteaban una crítica a un mundo heteronormativo, heterosexista, criticaban la heterosexualidad obligatoria y compulsiva, y finalizaban demoliendio ideológicamente al Estado y a las agrupaciones de diversidad sexual que intentaban adaptarse al modelo heteronormativo. Claro, si le exigimos derechos al Estado, igualdad de derechos, es una igualdad en base al modelo planteado por el Estado que es el mismo que reproduce el patriarcado, el machismo, la heterosexualidad obligatoria y tantos otros males sociales. Entendí en ese momento en la cocina con Augusto en pose de pseudo debate, que el mundo está articulado en contra nuestro. Que el Estado al que pertenecemos, (bueno… cualquier Estado) está articulado de esa manera. Augusto es gay y heteronormativo. El mundo es machista.

“Lugar de resistencia”- repetía Romina. “Otros lugares de resistencia”- mejor dicho. El amparo del Estado evidentemente no ofrecía herramientas para el cambio social. Parecía que la única opción planteada era la lucha social. “Yo no quiero ser heterosexual, no quiero matrimonio, no quiero monogamia, no quiero adaptarme al modelo impuesto, por ende no quiero luchar exigiéndole derechos al Estado, si esos derechos que me va a otorgar van en contra de mi concepción del mundo”. Lucas seguía sin entender, aunque se devanaba los sesos intentando concebir la idea de un Estado No-heteronormativo. Pensé en el matrimonio, y ya no estaba seguro de que luchar por conseguir el matrimonio gay fuera algo bueno. “Estudiemos el modelo de Holanda”- repetí. Si la idea es concebir un Estado lo menos heteronormativo posible, estudiemos San Francisco, Holanda. No sé. Quizá exista un Estado con políticas públicas que permitan la libertad, el respeto, la diversidad sexual, la desarticulación de la heteronormatividad y de la heterosexualidad compulsiva. Lo que esperamos es una revolución. “La” revolución.

Eran más las dudas que las certezas y ya se hacía tarde. Bajamos por las férreas escaleras, surcando la gélida soledad que rondaba sonámbula los pasillos de la facultad. Subimos al auto de Romina y emprendimos la vuelta. En diez minutos estaría discutiendo con Augusto desde mi lugar de resistencia. En diez minutos me iba a dar cuenta de la bandera que enarbolo. En diez minutos me iba a dar cuenta que la lucha es cotidiana y se da de forma natural. “Gracias chicos por hacerme pensar, lo necesitaba”- dijo Lucas mirando a trasluz de las finas gotas de lluvia que jugueteaban del otro lado del vidrio.

S e b a "La vida es una cárcel con las puertas abiertas"

No soy de aquí, ni soy de allá

Página 12/ Suplemento SOY

Por Alejandro Modarelli

Ni gays, ni lesbianas. Al menos no según los parámetros del modelo de consumo que se impuso en Occidente como identidad hegemónica para una diversidad controlada. Ni travestis, ni trans. Quizá porque esas palabras resultan esquivas, insuficientes; difícil en un caso, anclada a imágenes demasiado vistas y deformadas en el otro. Sexualidades errantes, en todo caso. Identidades que perforan el círculo de lo que se puede nombrar y a la vez perturban el sueño de quienes se tranquilizan cuando todo y todxs tienen su etiqueta. Historias de la periferia que no desean el centro. Y a la vez lo ponen en jaque.


A la salida del hotelito de la calle Guardia Vieja, con su peluca rubicunda un poco corrida por las contorsiones del sexo transitorio, la Loli le pide al muchachito (veintiocho años, separado, encargado de un café del Patio Bullrich, una hija adorada los fines de semana) que la acompañe al menos hasta la esquina a tomar un taxi, para no tener que vérselas con los dos monos sentados en la vereda de enfrente, que siguen la escena de la despedida con gesto de cazadores. Pero el chico ya no es aquel seductor de unas horas antes; junto con el orgasmo desaparecieron sus dulces modales y ahora parece de piedra, toda una mampostería viril para quien busca excusas que expliquen su revire sexual clandestino: “Mirá, esto que hicimos ahí adentro es una cosa de locos. Vos agarrá para ese lado y yo para éste. Y no nos vimos nunca”.
Loli —que es casi siempre Omar— sabe que aquella respuesta encaja bien en el universo tradicional de los chongos de trampa. Por eso, resignada a lo obvio, solita su alma de transformista o crossdresser todavía inexperta, yergue los pechos apócrifos y se las arregla como puede. A la mañana siguiente ya no estará triste por la humillación, se vestirá con jean de rutina en su departamento de San Telmo, y la aventura de la noche será una epopeya erótica que hará reír a los amigos en la sobremesa: “Cuando me encuentro con tipos como ése, me digo: ‘Yo no soy más que una marica que busca su opuesto masculino fuera del ambiente gay, porque ahí nunca encuentro lo que quiero. La tengo clara, tengo la cabeza de las locas de antes, y montarme de mujer me sirve como estrategia de levante. Estoy contento con la militancia gay-lésbica, con los derechos que se consiguen, pero a la hora de las relaciones sexuales me vuelvo conservador. Ahí se me acaba la ideología igualitaria de la liberación sexual, que se supone se completará cuando los hombres socialicen su culo. Yo prefiero la jerarquía chongo-marica, el ensamble de lo femenino y lo masculino, sin mutaciones, sin concesiones. Me dirás que reproduzco un modelo machista, pero sólo defiendo la variante sexual en la que me siento feliz. En cambio, muchos de esos chongos que me buscan de crossdresser, después de dar rienda suelta al deseo no entienden ya dónde están parados. De pronto, sobre la cama, se les cae el velo de la fantasía, ven como se te corre la peluca, y se dicen entonces ‘estoy loco’, o ‘estamos locos’. Como si el cuerpo los hubiera empujado adonde la razón no quería, y tuvieran después que rearmarse. A veces me dan lástima”.
En un cine X del barrio de Constitución, la Marie Roxette recorre las butacas ofreciendo sus servicios, y entre cliente y cliente cuenta a los habitués su adhesión al budismo. No hay castigo en las sucesivas transformaciones del karma, predica, sino un viaje animoso hasta fundirse en la energía del cosmos. Hoy le toca ser “eso”, y “en la próxima encarnación me imagino como una artista famosa”. Cada tanto exhibe sus avances de clase de canto. Con una fonética aprendida por amor a su ídolo, entona en las penumbras de la sala las canciones de Roxette, y llora por el tumor cerebral que ha alejado del escenario a la mujer del dúo.
Antes maestro de grado, andrógino de rasgos de altiplano, que no ha pasado jamás por los avatares de las hormonas ni de la cirugía, no obstante resulta difícil adivinar en Marie una identidad de género. Cuando llegó de Salta no podía entender que dos bigotes se unieran en un beso. “Se es mujer o se es varón”, dice, porque cree que ésas son esencias que prescinden de la anatomía, pero no de las apariencias. Confiesa cuánto de ajena, de incomprensible, le parece la sexualidad de “los chicos gays” que se enredan entre ellos y hasta forman parejas. Tiene su marido, un ex cliente, que tolera pero no acepta su trabajo prostibulario: “Cree que con su sueldo de operario podemos vivir los dos y también mi hermana, que es sordomuda y la tengo a mi cargo. Gracias a este esfuerzo que hago me compré mi casa, hace diez años ya”. Marie es generosa con las mariquitas clásicas ávidas de chongos, que esperan obedientes detrás de la última fila de butacas a que ella les tramite un polvo con algún habitué necesitado de desahogo, pero con la cuenta de su bolsillo en cero. “Ahora, si el chongo acepta irse con un gay masculino, yo a ése no le hablo ni lo atiendo nunca más. Quiere decir que él también es puto, y a mí no me va a venir a poner en la misma bolsa que a los gays. ¿Qué soy yo? Creo que mujer, no sé bien.”
En relatos de esta clase, la homosexualidad y la heterosexualidad son tramas precarias que recorren el centro y la periferia del cuerpo social sin ganas de afincarse, mantos identitarios que devienen incógnitas, goces que no encuentran fundamento ni sentido y se quieren olvidar pronto: sus momentos de gloria se viven, en toda naturalidad, y a veces con todo el remordimiento postrero, fuera del ambiente Glttb. Ni el papi de familia que deja de mala manera a la Loli en la puerta de un telo, ni los clientes X de la Marie Roxette entran —desde ya— en la curva normativa de eso que los expertos de los confesionarios y los divanes podrán llamar “una sexualidad plena adulta”. Esta gente suspende su vida monogámica, conyugal, heterosexual, en pos de una intensidad física a la que no quiere ponerle un nombre. Salta el cerco de la casa idealizada para echarse en alcobas irregulares: “Hago realidad mis fantasías”, se los oye decir. Esa fuga de la norma devela la existencia y el cruce de toda una serie de sujetos deseantes y prácticas sexuales —chongos de trampa, locas, crossdresser, travestis— que encuentran su lugar de enunciación menos en los vericuetos epistemológicos o arquetipos de la cultura gay-lésbica que en un Eros clandestino y pluriforme.

“Con los pibes del rugby siempre buscamos más travestis que putas. El puto se te acerca al auto, te dice ‘hola bebé’, y ya está. Todo es un manoteo con el trava, porque es más directo, tiene más aguante que una mina... ¿Por qué en grupo? Porque si vas solo a buscar al puto, es sospechoso. En grupo significa que estás jodiendo, que ya tomaste alguna birra, y además te da seguridad”, cuenta Henry, deportista de uno de los clubes de rugby más conocidos. Henry habla con una voz que le sale de la entrepierna, para que no queden dudas de su masculinidad. Se enoja cuando el amigo, sentado a su derecha, le señala que “no hay nada más homosexual que seis pijas apuntando a un culo”. Quizá por eso, su reflexión, al final de la entrevista, busca una defensa de las normas paternas straight: “A mí me molesta la imagen de los travestis en la calle o en los bosques de Palermo. Digo, por los chicos. Yo me caso a fin de año, así que nunca más... Si me enterase de que un hijo mío coge con travestis, para mí sería terrible. Como si me enterase de que se droga”. Y es el mismo Henry que lo dice, y el cronista que anota sus palabras no sabe si burlarse o indignarse.
También la luna erótica cubana, que tanto extrañaba Reinaldo Arenas en su exilio yanqui, estaba poblada de padres de familia que habían intercambiado con él sexo en los urinarios de un balneario, soldados de guardia, obreros y compañeros de estudio y de prisión, en fin, un maremagno de virilidades que no se reconocerían jamás dentro de una identidad homosexual: “Lo normal no era que una loca se acostara con otra loca sino que la loca buscara a un hombre que la poseyera y que sintiera, al hacerlo, tanto placer como ella al ser poseída”, escribe en Antes que anochezca, y compara el estilo de vida del homosexual de las sociedades más modernas con el de un “monje de la actividad sexual” que, habiendo sido primero excluido por su diferencia, cree encontrarse a gusto en un ambiente que el escritor considera un mundo desolado.
Claro que, de inmediato, Arenas pasa a enumerar las violencias que “los verdaderos hombres” de Cuba habían ejercitado sobre él, dentro y fuera de la escena del sexo, con lo cual admite que la consumación de su idealizado deseo por lo opuesto conllevaba la amenaza arcaica que la dominación masculina hace pesar sobre quien, como él, a través de sus opciones y posiciones de loca, ha resignado las potestades del macho tradicional.
Para el poeta antropólogo Néstor Perlongher, que experimentó el sabor groncho del chongo como el único admisible en su universo de deseo, el perímetro del modelo gay lésbico triunfante en las grandes ciudades del Occidente resulta demasiado acotado para dar cuenta de unos devenires sexuales —y unos sujetos sociales— que sobrepasan todos los diques que los contienen. Aunque la existencia diferenciada de ese territorio tranquiliza a quienes habitan las normas y regiones heterosexuales, y se sacan así la homosexualidad de encima.
“Esta normalización de la homosexualidad erige, además, una personalogía, una moda, la del modelo gay... Este operativo de normalización arroja a los bordes a los nuevos marginados, los excluidos de la fiesta: travestis, locas, chongos, gronchos —que en general son pobres— sobrellevan los prototipos de las sexualidades más populares”, escribió Perlongher en El sexo de las locas.

La oposición modelo gay/sexualidades populares sirve hoy de plataforma ideológica a un nuevo grupo de la constelación activista argentina: Putos Peronistas de La Matanza. Soy publicó en un número anterior parte de un Manifiesto, a través del cual convocaban a su presentación pública. “El puto es peronista, el gay es gorila”, sintetizaban los convocantes, colocando a aquel último en el centro del esquema blanco, demo-liberal y de clase media o alta, y al otro del lado del suburbio demodé, mestizo, bajo y revoltoso.
Podríamos decir que el cruce sexual de opuestos en el universo del cojinche marica plebeyo lleva la marca del barroco latinoamericano. No es cosa de sajones. Si la cultura gay —globalizada, y a menudo monótona y fifí— ha asentado sus reales un poco o mucho en todos lados, coexiste no obstante con aquellas particularidades quilomberas, que revelan por contraste sus limitaciones, y que en países como el nuestro adquieren un aire de épica conurbana: “Representamos al puto pobre, al homosexual de barrio que no puede acceder a condiciones de vida dignas, salud, educación y trabajo”. Esa es la página perlongheriana, en tiempos K, que quieren seguir escribiendo los Putos Peronistas.

Las melenas oxigenadas de la aldea gay

Cuando en el año 1998 se desalojó un rancherío sin luz ni agua potable detrás de la Ciudad Universitaria, junto al río, sobre terrenos de la Universidad de Buenos Aires, quienes reclamaban misericordia frente a las cámaras de televisión y delante de sus casillas arrasadas por la topadora oficial eran locas de cejas depiladas, dentaduras que nunca visitó un dentista, vaqueros viejos y melenas enrojecidas por el abuso del agua oxigenada. La mayoría de ellas no conocía la disco de moda del circuito gay, ni el nombre de los derechos que enumeraban a los periodistas los activistas de la CHA, ahí resistiendo también el desalojo. Las que convivían con su hombre no tenían pareja sino marido y sus sociedades conyugales se formaban sobre todo para enfrentar juntos las necesidades y no por ejercicio de romanticismo.
El Palomo no quería aparecer en televisión, por las dudas que lo vieran los viejos colegas de las constructoras; por eso la Alexis, su Alexis de años, antiguo pastor evangelista, fue quien exigió a viva voz, al gobierno porteño, una salida humana para los expulsados de las barrancas del río, que vivían ahí en un estado de excepción, fuera del contrato social. No obstante su desconfianza inicial a todo lo que les pareciera llegar del modelo gay, mucho menos familiar para ellos que el de la indigencia, los habitantes de lo que se llamaba la Aldea Gay se aproximaron agradecidos a los esfuerzos de la militancia por organizarlos. Habituados al desamparo y al bajo precio de sus vidas, muchos de ellos llegaban tarde a la medicación contra el VIH, y con el tiempo uno se enteraba de que tal o cual se había muerto, como un hecho natural y lógico.
César Cigliutti, presidente de la CHA, recuerda a la Alexis, que murió antes de 2001: “De un histrionismo que a veces atemorizaba y casi siempre hacía reír. Me llamaba la atención el modo autoritario en que se manejaba con su marido, el Palomo; la mayoría de esas locas se comportaba como en un matriarcado. Un día voy a visitarlos al cuarto de la pensión que les había facilitado el gobierno de la ciudad y veo al Palomo que pasa todo golpeado. La Alexis iba y venía hecha una ménade, a los gritos. Resulta que había hecho una cantidad de compras a crédito porque el Palomo había conseguido trabajo. Pero el pobre nunca llegó a cobrar un sueldo, porque lo echaron a los pocos días. Como tenía miedo de la reacción de la loca, nunca se lo confesó. Se levantaba temprano y se iba a la Reserva Ecológica, donde se pasaba horas. Una mañana, la Alexis se lo encuentra echado sobre el pasto, hojeando una revista porno, y por poco no le desfigura la cara”.
Aunque las preocupaciones de la mayoría de las locas de la Aldea seguía siendo la de la supervivencia del cuerpo, maltratado por la falta de buena comida y las sucesivas enfermedades, tuvieron su momento de fama incluso dentro de las Marchas del Orgullo. Ajenas al ejercicio del glamour, toda una marejada de maricas, travas y tortas llegadas de la periferia, que participaban de movimientos populares, empezaban a recorrer la Avenida de Mayo cerca de gays o lesbianas de los barrios céntricos.
“Cuando llegó la crisis del neoliberalismo, se empezaron a ver chicas travestis, o en proceso de hacerse travestis, trabajando en los movimientos sociales, donde eran las mujeres las que llevaban la vanguardia. Digo esto porque las mujeres se pusieron por sí mismas a organizar los comedores, y se sacaban a los maridos de encima si era necesario, salían a pelear, a quemar gomas. Hasta las golpeadas peleaban. A diferencia de las señoras de clase media, que ven a las travestis como una amenaza de seducción que les roba marido o hijos, las de los barrios populares las incorporan muchas veces como parte de la construcción social. Comparten espacio, se convive. Que el marido coja con una travesti es una posibilidad. No me entero, y ya está. En el comedor popular donde milito tengo de compañero a un chico de veintitrés años, muy andrógino, siempre vestido con pantalones y camisa de mujer, que de noche hace la calle. Junto con su madre y sus hermanas prepara y sirve la comida. Son dieciséis hermanos, trece mujeres, dos varones y él o, mejor dicho, ella, que desborda feminidad; opaca en eso a las mujeres”, cuenta Manuel, un activista del movimiento Barrios de Pie que abandonó el universo de valores de la clase media para dedicarse al trabajo social. Sin embargo, esos valores, brotes de una educación represiva católica, dice, no le impidieron experimentar el goce con travestis: “Creo en la sexualidad de las circunstancias. Pero siempre preferí hacerlo con mujeres. Racionalizo cuando lo hago con mujeres. Ahí no hay nada desatado”.

Las tribulaciones de Javo en libertad

“No me vengan con eso de que un papá tiene que tener pito”, podría decir Javo, el torso firme, casi marcial, escondidas sus ondulaciones mamarias bajo la camisa opaca, caminando las calles de Constitución, ya fuera de la cárcel, junto con su nueva mujercita de veinte años, embarazada de un bebé de papá desconocido. Dentro de unos días la chica romperá bolsa en la pensión que el Patronato de Liberados consiguió a Javo por poco dinero, y una sucesión de aromas hospitalarios, pañales, mamaderas abrazará a esa familia pobre que recibe feliz a un niño.
“Los hijos son algo sagrado para Javo, para tenerlos es la única razón por la que desearía haber nacido varón. Porque de pensar en la panza, en una cosa viva creciéndole adentro, se impresiona.” La historia de esta paternidad transitoria que ejerció una mujer que se veía a sí misma, y la veían los otros, como un varón, está entre los más bellos y trágicos testimonios de presas que recogió Marta Dillon en su Corazones cautivos. Y se emparienta con otros tantos relatos de esos “chongos” que se convierten en caciques disputando territorio y cuerpos, dentro de las prisiones.
Ahí en la cárcel, adonde regresa cada tanto, Javo no es mujer, aunque tampoco se reclama hombre a secas. No se siente lesbiana, porque una categoría como ésa le parece demasiado sofisticada para ese mundo de clausura en el que se mueve cómodo y seguro. Travesti cree que son sólo esas locas neumáticas que se inflan el culo y las tetas, y no una incógnita como él, que nunca usó bombacha sino calzoncillo y que de buena gana se haría extirpar esos senos que le sobran. No encuentra un género en el que pueda meterse, ni un nombre que contenga su deseo o esa imagen macha que le devuelve el espejo las pocas veces que se mira. Javo es el caballero de las damas cautivas, el padre de las jovencitas inexpertas, el abuelo de los bebés nacidos detrás de las rejas, el amante de los sueños. Sus compañeras podrían agradecer a los dioses queer el calor nutricio de su masculinidad. Se juega por todas las que ama o que siente débiles para defenderse de las injusticias. A muchas que se han ido y fueron para él romances memorables, o postreras desilusiones, las hace sobrevivir en los tatuajes que lleva en los brazos, superpuestos.
En libertad, Javo se desorienta; pierde sus poderes de cacique, aunque no su ternura. Esa dulce dureza que se abre como capullo al contacto con la mujer que elige es la que sedujo a aquella guachita de veinte años embarazada. Enferma de sida, cerca ya de la agonía, la chica le dio a Javo un hijo que él, de viudo, no pudo retener. Después de la muerte de la madre, le perdió el rastro al bebé.
El nacimiento espontáneo de esa familia que Javo disfrutó durante doce meses, y que se difuminó pronto en los márgenes del contrato social, se adelanta a cualquier debate político e ideológico sobre las nuevas familias Glttb que reclaman por su inclusión jurídica en la polis democrática. No se trataba, la suya, de una familia formada por lesbianas, cuya foto pudiese salir en algún suplemento dominical. Que no se busquen, entonces, nombres para esto.
La huellas de Javo y de las locas de la Aldea Gay, las voces de Marie Roxette o las maricas empelucadas y sus chongos que enloquecen, se pierden ya para nosotr@s, gays o lesbianas de clase media y estéticas convencionales que encontramos dentro de la pax del modelo una fuente donde lavar el estigma de una historia en común. Ojalá esta crónica haya por un momento desestabilizado esa pax neoclásica, céntrica, con la poesía vagabunda de la periferia.

Suplemento SOY/ Informe nacional sobre la situación de las travestis...


Página 12 / Suplemento SOY

Viernes, 1 de Agosto de 2008

Estadísticas, conclusiones y esperanzas

Con la primera persona del plural la comunidad travesti, transexual y transgénero presenta un libro conmovedor y necesario para darse a conocer, aportar leña al debate y ejercer la ciudadanía. Entre el ensayo, el informe, la denuncia y el álbum familiar, Cumbia, copeteo y lágrimas es fiel espejo de cuerpos concretos que a lo largo de todo el país nacen en la ilegalidad, viven en la ilegalidad y muy pero muy temprano, mueren en ese mismo oscuro lugar.

En el año 2005 apareció el libro "La gesta del nombre propio", que daba cuenta de las condiciones de vida del colectivo en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires y del Gran Buenos Aires. Con este nuevo libro, la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual (Alitt) cumple con su compromiso de completar la investigación con datos sobre el resto del país. Casi 300 travestis de Córdoba, Salta, Mendoza, San Miguel de Tucumán y Neuquén respondieron a un cuestionario donde se les pidió detalles sobre educación, vivienda, vínculos familiares, ingresos, prostitución, salud, violencia. La investigación contó con la coordinación académica de Renata Hiller, Aluminé Moreno y Ana Mallimaci y la densidad del trabajo se completa con las voces de Mauro Cabral, Marlene Wayar y Diana Sacayán. La compiladora general, Lohana Berkins, define en su introducción el sentido político de este trabajo. También devela las razones que llevaron a elegir este título y con esas palabras vuelve a descorrer el velo de una intimidad, de una familia, de un modo —o varios— de estar en el mundo: “La ‘cumbia’ hace referencia a la música que escuchamos y bailamos cuando nos celebramos. Entonces, muchas veces pasamos al ‘copeteo’ y sumamos el brindis y los convites al baile. Las ‘lágrimas’ llegan cuando la emoción está flor de piel y se mezclan las añoranzas y la borrachera: allí comienzan a aparecer las historias de alegría y de dolor que entrecruzaron nuestras vidas. Es en estas circunstancias en las que surgen y circulan las historias que hilvanamos en este libro”.

"Katya era hija única. Falleció el 4 de julio del año pasado, de un infarto. Nunca se prostituyó. Era costurera y trabajó en un taller de zapatos. Solía tirarles las cartas a sus compañeras, a quienes escandalizó en los ‘80 cuando se puso en pareja con otra travesti. Bailaba, cantaba y monologaba en la murga. En los últimos años se acercó a la religión umbanda y terminó convirtiéndose en Mai de Santo, la persona que dirige el culto y coordina las sesiones espirituales.“Era de la noche, tenía espíritu bohemio, le gustaba mucho el arte”, coinciden quienes la conocieron. Agustina vino a la Capital Federal desde Guernica, provincia de Buenos Aires. Era adoptada y tenía muchas dudas sobre su pasado (quería consultar a las Abuelas de Plaza de Mayo al respecto). Ni bien supo que estaba enferma organizó una larga despedida con sus amigas y partió hacia Europa. Volvió de París sin dinero y muy mal de salud. Falleció en el 2000."

Adelanto del libro Cumbia, copeteo y lágrimas. Informe nacional sobre la situación de las travestis, transexuales y transgéneros; compilado por Lohana Berkins

Enlazadas

Permanece inmóvil en la esquina mientras su bolso se balancea como un péndulo. Se aparta el pelo de los hombros en un gesto que repetirá varias veces en la jornada. Mira hacia los costados con ansiedad, como esperando algo, como deseando que aquello aparezca de una vez, quizás incluso sin saber de qué se trata exactamente. Hace un poco de frío y se da calor a sí misma frotándose los brazos. Sí, ha salido con poco abrigo. Quizás ese saquito que dejó sobre la cama no hubiese estado de más. De pronto en la esquina dobla un auto, prende sus balizas y va deteniéndose poco a poco hasta quedar estacionado a su lado. Ella se acerca e intercambia algunas palabras con el conductor del automóvil a través de la ventanilla baja del asiento del acompañante. Finalmente sube al auto y se marchan.
Quien la ha recogido es su hermana, su amigo, su sobrino, su pareja o su cuñada. Juntos irán a visitar un pariente, el hospital, el cine; concurrirán a la cita con el odontólogo, la reunión con otras compañeras, el nacimiento del hijo de una amiga o una cena de cumpleaños.
Sin embargo este texto que usted está leyendo es sobre travestis, transexuales y transgéneros. Quienes lo tenemos en las manos lo sabemos y tal vez por ello, al leer las primeras líneas, suponemos que esa escena corresponde a una situación de prostitución. Quizás incluso a muchas de nosotras nos haya sucedido estar esperando en una esquina a una hermana, un amigo, un sobrino.... para ir a visitar un pariente, el hospital, el cine... y sentir las miradas sobre nuestros cuerpos, como si estuvieran en exposición. Quizás incluso la policía, en esos momentos, haya querido llevarnos detenidas por el solo hecho de estar esperando en una esquina a nuestras parejas, a nuestras cuñadas... para ir a la cita con el odontólogo, a la reunión con otras compañeras, a una cena de cumpleaños...
En nuestra sociedad travestismo, transexualismo, transgeneridad y prostitución parecen anudarse naturalmente, como si nuestras identidades implicaran, inmediatamente, la prostitución callejera.
“Puta”, “prosti”, “de la calle”, “en el sexo” fueron algunas de las respuestas de casi el 80 por ciento de las compañeras encuestadas en todo el país cuando se les preguntó acerca de su principal fuente de ingresos. Aquellas que tienen otro tipo de empleos son un 14,8 de las entrevistadas y consignaron trabajos como peluquería, costura, depilación o actividades esotéricas. Finalmente, un 3,1 por ciento afirmó recibir algún otro tipo de ingreso (especialmente planes sociales o subsidios e ingresos de la pareja) y el 1,2 vive exclusivamente del ingreso de sus parejas.
Un breve paneo por las edades de las entrevistadas y su principal ocupación puede darnos algunas claves: en todos los grupos de edades hasta 41 años, la principal ocupación (superando siempre el 80 por ciento) es la prostitución. Entre las mayores, los porcentajes diminuyen pero nada nos habilita a pensar que no hayan ejercido la prostitución previamente.
Incluso si atendemos a sus actuales ocupaciones, entre aquellas que tienen otros empleos nos encontramos con que son trabajos de baja capacitación y ejercidos, en su gran mayoría, de manera independiente. Esto señala una grave dificultad con la que corren las travestis, transexuales y transgénero mayores: el mercado de la prostitución las descarta con su salud dañada por años de exposición a situaciones de riesgo. Mientras tanto, quizá se encuentren con que nunca participaron del mercado de trabajo y por ende no tienen ningún tipo de aportes jubilatorios ni experiencia laboral que las habilite para un empleo. Este cuadro, sumado a la discriminación, lleva a las compañeras mayores a una enorme desprotección y a sufrir serias dificultades económicas. Algunas de ellas logran, como señalábamos, hacerse de un oficio que les permita sobrevivir, pero esto tampoco brinda mayores garantías.
(...) Esta sociedad se sigue escandalizando y diciendo “hay alguien desnudo en la puerta de mi casa”. Sin embargo a nadie le importa preguntarse por qué alguien con tres grados bajo cero tiene que estar desnudo allí. Qué decir entonces de los que se avergüenzan o cierran los ojos ante la presencia de tantas chiquitas travestis, transexuales o transgénero (o de aquellas que incluso andan todavía preguntándose qué son, qué desean ser) y que no sólo tienen que proveerse los ingresos para vivir sino que además lo hacen en situaciones riesgosas para su salud e integridad. Cómo, en todo caso, no es eso lo que escandaliza. Así, nuestras identidades, prostitución y segregación se anudan en un complejo del cual es difícil salir. La discriminación y el desarraigo nos expulsan de la escuela y esto a su vez dificulta la búsqueda de horizontes laborales: cuanto menor es el nivel educativo alcanzado, mayor es el porcentaje de compañeras cuya principal fuente de ingresos depende de la prostitución. Entre quienes tienen primaria incompleta, casi el 90 por ciento se dedica a eso; de aquellas que la terminaron, el 86,7 también encuentra en la prostitución su principal fuente de ingresos. De las que tienen la secundaria incompleta, un 81,4 se prostituye y, partir de allí, las cifras descienden del promedio total: 76,7 de las que terminaron la secundaria, la mitad de las que tienen una carrera universitaria o terciaria incompleta y finalmente solo el 33,3 por ciento de las que completaron una carrera tiene como principal fuente de ingresos la prostitución. Sin embargo, es importante recordar que este último grupo constituye apenas un 2,3 por ciento del total de compañeras encuestadas.

El desarraigo como destino

Una cuestión relevante para comprender las condiciones de vida de las travestis, transexuales y transgéneros en nuestro país y en otros países latinoamericanos es que muchas asumimos nuestras identidades a temprana edad. Estos procesos personales ocurren en el marco de sociedades que criminalizan nuestras identidades. En consecuencia, comenzar a vivir de acuerdo con nuestra identidad sexual conlleva, con mucha frecuencia, a la pérdida de nuestro hogar, de nuestros vínculos familiares y la marginación de la escuela.
En la encuesta que realizamos durante el año 2006 en distintas regiones de Argentina preguntamos a todas las participantes a qué edad asumieron su identidad de género. Sabemos que ésta es una cuestión compleja porque consideramos que la construcción de la identidad es un proceso que involucra distintos elementos: deseos, acontecimientos, decisiones, participantes, entornos, limitaciones y posibilidades. Entonces, la definición de un momento en particular quedó librada a cada encuestada. Algunas hicieron referencia a sus emociones o a relaciones sentimentales, otras a las primeras veces que se vistieron con las ropas que deseaban; muchas mencionaron el momento en que salieron a bailar o cuando se presentaron como travestis, transexuales o transgéneros ante personas importantes afectivamente.
Lo que nos interesa de esta pregunta es la posibilidad de constatar si hay vinculaciones entre la edad en que asumimos nuestras identidades y algunas situaciones que vivimos. Más de la mitad de las participantes asumieron su identidad travesti, transexual o transgénero entre los 14 y los 18 años, el 35 por ciento respondió que esto sucedió antes de los 13 años y el resto afirmó haber asumido su identidad de género a partir de los 18 años.
En nuestros recorridos vitales encontramos que el reconocernos como travestis, transexuales o transgéneros ha implicado experiencias de desarraigo. Muchas nos hemos visto forzadas a abandonar nuestros barrios, nuestros pueblos, nuestras ciudades y nuestras provincias —a veces hasta nuestros países— durante la adolescencia o la juventud con el objetivo de buscar entornos menos hostiles o el anonimato de una gran ciudad, que nos permita fortalecer nuestra subjetividad y otros vínculos sociales en los que nos reconozcamos. Otro motivo importante se vincula con nuestras estrategias de subsistencia, porque a veces la decisión de migrar responde a la búsqueda de mercados de prostitución más prósperos que el del pueblo o la ciudad en la que nos criamos o con la esperanza de encontrar alguna ocupación alternativa en otra localidad. (...)

Familia

Mientras que en la experiencia de otros grupos sociales discriminados las familias pueden resultar un resguardo respecto de la hostilidad social, en el caso de las travestis, transexuales y transgéneros a veces el grupo familiar es uno de los espacios en los cuales no se respeta nuestra identidad y donde somos agredidas cotidianamente. Por eso, les preguntamos a las encuestadas que no residen junto a sus familiares si mantienen vínculos con sus familias porque consideramos que es un dato importante para conocer las actitudes sociales hacia nosotras, ya que los comportamientos y opiniones de nuestros parientes coinciden con tendencias sociales más amplias. Respecto de la continuidad de los lazos familiares vimos la incidencia de la edad en que las encuestadas señalan haber asumido su identidad de género y la edad que tienen actualmente. Por un lado, si tenemos en cuenta el momento en que las encuestadas comenzaron a vivir como travestis, transexuales o transgéneros, observamos que el 33 por ciento de aquellas que dicen que esto ocurrió antes de los 13 años ha interrumpido su contacto con familiares. Entre las que asumieron su identidad entre los 14 y los 18 años, la proporción es mucho más baja: 11 por ciento. Por último, el 17 por ciento de quienes asumieron su identidad de género a partir de los 19 años responde que no mantiene contacto con su familia.
Los porcentajes anteriores nos hablan de la situación de desprotección en que se encuentran las niñas y adolescentes travestis, transexuales y transgéneros, que tienen mayores probabilidades de ser marginadas por sus grupos familiares cuanto antes comiencen con la construcción de sus identidades.
Por otro lado, si tenemos en cuenta la edad actual de las participantes de la encuesta, encontramos que las más jóvenes se relacionan con sus familiares con más frecuencia (87 por ciento). A medida que aumenta la edad de las encuestadas, esta proporción disminuye (78 para el grupo entre 22 y 31 años; 75,5 para el grupo entre 32 y 41 años; 79 para el grupo entre 42 y 51 años y 71 para el grupo de más de 51 años).
Podemos interpretar de varias maneras el hecho de que las más jóvenes continúen en contacto con sus familiares más a menudo que las mayores.
Una posibilidad es que en la actualidad haya más posibilidades de que algunas y algunos de nuestros familiares respeten nuestras identidades que hace algunos años. Esta transformación se relaciona con los esfuerzos por organizarnos y por defender nuestros derechos.
En los últimos diez años nuestras luchas individuales y colectivas contribuyeron a que se conozca más acerca de nosotras y de las condiciones en las que vivimos. Sin duda, la visibilidad social por la que aún estamos peleando aumenta esta posibilidad. Otra cuestión que debemos mencionar es que, para evitar ser aisladas por nuestras familias, a menudo soportamos la falta de reconocimiento de nuestra identidad. En estos casos, el costo de permanecer en contacto es soportar la violencia de ser tratadas como varones.
Por último, otra posible explicación del mayor contacto con sus familias que tienen las más jóvenes es que, debido a la edad, tenemos más oportunidades de obtener mayores ingresos y colaborar con la economía familiar. Para profundizar este tema es interesante ver las respuestas de las encuestadas que no residen junto a sus familiares y que realizan aportes económicos a sus parientes. A partir de esta pregunta, encontramos que continúan en contacto con sus parientes el 98,5 por ciento de quienes envían dinero a sus familiares, entre aquellas que no lo hacen esta proporción desciende al 66.

El cuerpo intervenido
Cuánto, dónde, cómo y con quién

Consultamos a compañeras de distintas regiones del país si habían modificado su cuerpo. Más del 80 por ciento respondió afirmativamente, el 18 contestó que no. Como ocurre con otros términos que intentan dar cuenta de experiencias complejas, las intervenciones sobre el cuerpo presentan dificultades para su definición porque involucra una serie de recursos materiales y simbólicos; procesos diversos, múltiples participantes, deseos y decisiones que tienen sentidos variados de acuerdo con el contexto y la persona involucrada. Todas las personas intervienen sus cuerpos a través de distintos procedimientos y con objetivos diferentes. En este aspecto, las travestis, transexuales y transgéneros no somos una excepción.
En este caso, priorizamos una serie de prácticas (entre muchas posibles) que consideramos relevantes para conocer más acerca de nuestro estado de salud y también sobre nuestras oportunidades de acceso a condiciones que preserven nuestra integridad física y psíquica. De modo que preguntamos a las participantes que afirmaron haber modificado su cuerpo si se han inyectado siliconas, implantado prótesis, tomado hormonas o recurrido a otras alternativas. También consultamos sobre los ámbitos en donde se han realizado estos procedimientos (clínica privada, consultorio particular, hospital público, domicilio particular u otro espacio).
El 86 por ciento respondió que se había inyectado siliconas, mientras que el 14 restante dijo no haberlo hecho. Dentro del grupo que se inyectó siliconas, casi el 90 por ciento señaló que la intervención tuvo lugar en un domicilio particular, el 9 en una clínica privada, el 3 en un consultorio particular y el 2 por ciento en un hospital público.
En lo relativo al implante de prótesis, el 23 por ciento de las consultadas manifestó haber realizado este procedimiento, el 77 restante respondió negativamente. Entre quienes se implantaron prótesis, el 45 por ciento aseguró haber concurrido a una clínica privada, el 38 manifestó que esta práctica se realizó en un consultorio particular, mientras el 17 por ciento restante indicó que el implante fue en un domicilio particular.
Acerca de los tratamientos hormonales, casi el 70 por ciento de las participantes afirmó haber realizado estos procedimientos. Al preguntarles acerca de los ámbitos a los que recurrieron para asesorarse y proveerse, el 80 por ciento informó que había concurrido a un domicilio particular, el 11 optó por una clínica privada, el 8 por un consultorio particular y, por último, el 1 por ciento mencionó a los hospitales públicos.